L'autre côtè du mirroir

“definitivamente... seré un poco mas feliz el día que deje de usar el transporte público” me digo a mí mismo mientras miro con resignación mas gente subir y llenar aún mas el pobre vehículo de una manera que creía físicamente imposible...

El calor es intenso dentro de esta desvencijada caja metálica con ruedas y ventanas de bolsa plástica, las esquinas con montones de basura acumulada impregnan el paisaje de un muy característico aroma (Lima tiene zonas asi), la cumbia resuena solo para ser superada por el molesto ruido de un motor con algunos años de edad más que yo, que hace temblar el vehículo entero... se podrán imaginar que no puedo ni escuchar bien mis propios pensamientos.

En ese momento descubro a mi lado un joven escolar, supongo que de camino a su casa, me llama la atención que su mochila es idéntica en un 90% a una que tuve cuando iba al colegio, se nota un tanto mas deteriorada y con un color un tanto diferente… pero es parecida lo suficiente como para traer recuerdos del colegio, lleva una inscripción alusiva a algún grupo de música supongo… mas recuerdos, del día que uno de mis compañeros escribió su nombre para que se vea desde 1 cuadra de distancia, pero lo escribió mal -¡su propio nombre!- y fue el divertimento del salón hasta un par de horas antes de la salida, alguien le avisó del asunto y se metió al baño a lavar su mochila... tuvo que salir rumbo a su casa con sus libros y cuadernos en una mano, y su mochila goteando en la otra..

De repente en este escenario del desvencijado vehículo, el molesto ruido y el calor sofocante… me estaba riendo, fui por un momento feliz viviendo un lindo recuerdo de mi colegio -que seguramente no es tan grato para mi compañero- y me di cuenta que es muy estúpido pretender dejar o postergar para otro momento nuestra felicidad.

¿Se puede ser feliz hoy? ¿ahora?

Es toda una tarea, hasta un ejercicio extenuante pero como por ahí escuche alguna vez, el único pecado realmente imperdonable es no atreverse a ser feliz.